SOBRE LOS ANTIGUOS MISTERIOS1
Aparte del culto público que rendían los antiguos a cada lugar del paganismo, existía un culto secreto denominado los Misterios2, al que únicamente eran admitidos quienes habían pasado por ciertas ceremonias preparatorias conocidas con el nombre de iniciaciones.
Las naciones se intercambiaban los dioses, pero no introducían siempre el culto secreto al mismo tiempo que el público. Sabido es que el de Baco fue admitido en Roma mucho tiempo antes de que sus misterios fueran instituidos en esta ciudad; pero a veces se adoptaba un dios extranjero con objeto de establecer y de celebrar su culto secreto; como ocurrió en el caso de la introducción del culto de Isis y de Osiris entre los romanos.
Los cultos más difundidos en la antigüedad fueron los de Orfeo, Baco, Eleusis y Mithra. Algunas naciones bárbaras conocieron estos cultos por boca de los egipcios, antes de que fueran introducidos en Grecia: por ejemplo, los druidas de Bretaña, cuya religión procedía de Egipto, celebraban las orgías de Baco3.
Los Misterios de Eleusis celebrados en Atenas en honor de Ceres fueron absorbiendo a los demás. Todos los pueblos vecinos olvidaron los de sus naciones para celebrar los de Eleusis, y no tardaron en iniciarse en ellos todos los pueblos de Grecia y de Asia Menor. Se difundieron por todo el imperio romano y hasta allende sus límites4. Zósimo dice que abarcaban a todo el género humano5, y Arístides los denomina templo común de toda la tierra6.
La importancia adquirida por los misterios nos produciría menos extrañeza si tuviéramos en cuenta la naturaleza de los lugares en que nacieron. Atenas pasaba por ser la ciudad más famosa de la tierra por su devoción7. Sófocles le denomina edificio sagrado de los dioses cuando alude a su fundación. Con el mismo espíritu decía San Pablo: ¡Oh, atenienses!, que sois en todas las cosas religiosas hasta un grado supremo8; de ahí que Atenas fuera un modelo y un ejemplo de religión para todo el mundo.
En las festividades eleusinas había dos clases de misterios: los mayores y los menores; estos últimos eran una especie de preparación para iniciaciones más elevadas; se admitía en ellos a todo el mundo. Ordinariamente se hacía un noviciado de tres años y, a veces, de cuatro. Según dice Clemente de Alejandría, lo que se enseñaba en los grandes misterios concernía al universo, y era el fin, la cumbre de todas las instrucciones; allí se veían las cosas tales como ellas son, y se examinaban la naturaleza y sus obras9.
Los antiguos decían, queriendo expresar con más fuerza y facilidad la excelencia de los misterios, que los iniciados serían más dichosos después de la muerte que los demás mortales, y mientras que las almas de los profanos serían enterradas en el fango cuando abandonaran sus cuerpos y permanecieran encerradas en la obscuridad, las de los iniciados volarían hacia las islas afortunadas, hacia la morada de los dioses10.
Platón afirmaba que los misterios tenían por objeto restablecer la pureza primitiva del alma, y ese estado de perfección de que ella había descendido11. Epicteto decía que “todo lo que en ellos está ordenado fue instituido por nuestros maestros, para instruir a los hombres y para corregir sus costumbres”12.
Proclo pretendía que la iniciación en los misterios elevaba al alma desde una vida material, sensual y puramente humana hacia una comunión, un comercio con los dioses13. Añadía también que en ellos se mostraba a los iniciados una variedad de cosas y de especies diferentes que representaban la primera generación de los
dioses14.
La pureza de costumbres y la elevación del espíritu eran cualidades que se recomendaban y prescribían a los iniciados. Cuando hagas sacrificios, dice Epicteto, o dirijas plegarias a los dioses, prepárate para ello con pureza de espíritu y de corazón y aporta las mismas disposiciones que se requieren para aproximarse a los misterios.
El que aspiraba a ser iniciado debía tener una reputación inmaculada y ser hombre virtuoso; luego, era examinado severamente por el mistagogo o presidente de los misterios. Suetonio refiere que al viajar Nerón por Grecia, después de haber asesinado a su madre, tuvo deseos de asistir a la celebración de los misterios de Eleusis, pero no se atrevió a hacerlo porque el reproche interno de su crimen le hizo variar de propósito. Por el contrario, Antonio no encontró medio mejor de disculparse ante el mundo de la muerte de Avidio Casio, que el de hacer que le iniciaran en los misterios de Eleusis15.
Los iniciados sometidos a instituciones tan virtuosas eran considerados por los demás hombres como seres felices. Aristófanes16, cuyos sentimientos son fiel trasunto de los del pueblo, hacía hablar del siguiente modo a los iniciados: Únicamente sobre nosotros luce el astro favorable del día; únicamente nosotros recibimos el placer de la influencia de sus rayos, nosotros que somos iniciados y realizamos toda suerte de actos de justicia y de piedad por los ciudadanos y los extranjeros.
Cuanto más antiguo era el iniciado, más respeto infundía17.
No tardó en considerarse deshonroso el no serlo, y, por virtuoso que se fuera o se pareciese, el pueblo sospechaba del que no era iniciado, como ocurrió en el caso de Sócrates.
Los misterios no tardaron en hacerse tan universales por el número de personas de toda suerte de rangos y de condiciones que ingresaron en ellos, como por la extensión de los países en que se introdujeron. Todo el mundo era iniciado: los hombres, las mujeres y los niños; tal es lo que cuenta Apuleyo cuando describe el estado de los misterios en su época18: entonces se creía que la iniciación era tan necesaria como ahora el bautismo. En fin, esta pasión llegó a ser tan grande y universal que, si hemos de creer al comentarista Hermógenes, el tesoro público de Atenas llenó sus agotadas arcas iniciando a numerosos aspirantes. Aristogitón dictó una ley que prescribía que el que desease iniciarse debía satisfacer cierta cantidad.
Los iniciados recibían el titulo de epoptas, palabra que significa “el que ve las cosas tales como son”, es decir, sin velo, por contraposición al nombre con que antes se les denominaba: mystos (velado), que significa lo contrario.
(1) Damos aquí este trozo de arquitectura y la pieza que le sigue, con la intención de ser útiles a los masones estudiosos que deseen conocer las diversas opiniones de los antiguos filósofos acerca de los misterios e instruirse sobre el origen de la Orden Masónica.
(2) Estrabón. Georg., lib. 10.
(3) Dionisio el Africano.
(4) Omitto Eleusinam sanctam íllan et augustam; ab initiantur gentes oranum ultimae. (Cic., de Nat. Deor., libr. 1.)
(5) Zós., lib. 4
(6) Arístides, eleusinia.
(7) Electra, acto 2º.
(8) Hechos de los Apóstoles, cap., 17, vers. 22.
(9) Clem. de Alej., Quinta Estromata.
(10)Platón, El Fedón. — Arístides, Eleusinia, et apud Stoboeum sermone, etc. — Schol.
Aristophan. Ranis. — Dióg. Laerc., in Vita Eog. Cynici.
(11)Platón, El Fedón.
(12) Epict., apud. Arrian. Dissert., cap. 21.
(13) Procl., in Remp. Platón, lib. 1.
(14) Procl., in Platón. Thol., lib. 1, cap. 3.
(15) Jul. Cap., Vita Ant., Phil., et Dion. Cass.
(16) Aristófanes, Chorus Ranis, acto 1º.
(17) Aristid., Orat.
(18) Met., lib. 2.
LOS MISTERIOS INSTITUÍDOS POR LOS LEGISLADORES
Las enseñanzas sublimes recibidas en los misterios respecto a materias que tenían suma importancia para la humanidad enseñaban a vencer la barbarie de los pueblos, a pulir sus costumbres y a establecer gobiernos sobre verdaderos principios, lo cual demuestra que los misterios fueron originariamente inventados por los legisladores que habrían aprendido la antigua sabiduría de la India.
El exacto parecido existente entre las ceremonias de los misterios griegos, egipcios y otros, así como entre lo que en unos y en otros se enseñaba, demuestra que su procedencia original ha sido Egipto. Además, Heródoto, Diodoro de Sicilia y Plutarco lo dicen expresamente y toda la antigüedad opinaba de modo unánime sobre este punto. Sin embargo, los Estados y las ciudades griegas se disputaron durante mucho tiempo el origen de los misterios. Los tracios, los cretenses y los atenienses reclamaban para sí su invención. El escándalo que producen en nuestros días algunos masones cuando disputan acerca de la excelencia o de la preeminencia de sus ritos nos recuerda estas antiguas disputas. Pero el pretexto se desvanecía cuando se recurría a los misterios de Egipto como origen común e indiscutible1. Ahora bien, los magistrados fueron quienes establecieron en Egipto el culto religioso, cuyas ceremonias y dogmas encaminaron siempre hacia fines políticos.
Los sabios que los llevaron desde Egipto al Asia, a Grecia y a Bretaña fueron siempre legisladores o reyes, como por ejemplo Zarathustra, Inaco, Orfeo, Melampo, Trofonio, Minos, Ciniras, Erecteo y los Druidas.
Otra prueba del origen político de los misterios es que el soberano era quien presidía los de Eleusis, pues era representado por un presidente denominado Basileis, palabra que significa rey2, sin duda en memoria del primer fundador. Este oficial tenía cuatro adjuntos elegidos por el pueblo y llamados Epimeletas (curadores)3. Los sacerdotes no eran más que oficiales subalternos, y no participaban en modo alguno en la dirección suprema de los misterios.
Podemos recurrir al dogma para apoyar este aserto, pues generalmente se enseñaba a los iniciados a llevar una vida virtuosa para alcanzar una dichosa inmortalidad, doctrina que era la de los legisladores y no la de los sacerdotes, los cuales concedían el Elíseo a precio más barato, pues no exigían más que unas cuantas oblaciones, sacrificios y ceremonias. Locke ha descrito esto con elocuencia cuando dice que “los sacerdotes no se preocupaban en enseñar la virtud, pues decían que para contentar a los dioses bastaba con observar ardiente y escrupulosamente las ceremonias, con ser puntual a los solemnes días de fiesta y con cumplir de modo fiel las otras vanas y supersticiosas prácticas de la religión. Pocos eran los que frecuentaban las escuelas de los filósofos para instruirse en sus deberes y aprender a discernir lo bueno de lo malo en sus acciones; los sacerdotes eran más cómodos y todo el mundo se dirigía a ellos. En efecto, era más fácil hacer lustraciones y sacrificios que tener la conciencia pura y seguir con perseverancia los preceptos de la virtud. El sacrificio expiatorio, que suplía a la carencia de vida virtuosa, era más cómodo que la práctica constante de las severas máximas morales”.
Por lo tanto, estamos ciertos de que la institución que enseñaba la necesidad de la virtud debía su origen a los legisladores, para cuyos propósitos era ésta absolutamente necesaria4.
Todos los legisladores antiguos fueron iniciados. La iniciación en los misterios consagraba su carácter y santificaba sus funciones. Su política tenía por objeto ennoblecer por medio del ejemplo la institución de que eran fundadores. Esta iniciación es la que Eneas recomienda a Anquises, cuando le dice: Marchad a Italia, llevaos con vosotros a jóvenes elegidos y valerosos. En el Lacio tendréis que combatir contra un pueblo bárbaro y rudo; pero, antes, descended a los infiernos5. Isócrates, interlocutor de uno de los diálogos platónicos, dice: “Yo opino que, sean quienes fueren los que establecieron los misterios, eran muy hábiles en el conocimiento de la naturaleza humana6. Cicerón estimaba que los misterios eran tan útiles al Estado que, en una ley que proscribe los sacrificios nocturnos7 ofrecidos por las mujeres, exceptúa expresamente los misterios de Ceres y los sacrificios a la Buena Diosa. En esta ocasión llama a los misterios eleusinos, misterios augustos y respetables, y la razón que alega para hacer esta excepción en sus leyes, es que no sólo tiene en cuenta a los romanos, sino también a todas las naciones que se gobiernan por medio de principios justos y ciertos. Y añade: “Yo creo que entre las numerosas, divinas, excelentes y útiles invenciones que debe el género humano a la ciudad de Atenas, no hay ninguna comparable a los misterios, los cuales han hecho que la vida salvaje y feroz sea substituida por la humanidad y urbanidad de las costumbres. Con razón se les caracteriza con la palabra iniciación, porque por medio de ellos hemos aprendido los primeros fundamentos de la vida, y, no sólo nos enseñan a vivir de manera más consoladora y agradable, sino que aminoran los sufrimientos de la muerte con la esperanza de una suerte mejor”8.
Mientras los misterios existían exclusivamente en Egipto y los legisladores griegos iban a iniciarse a este país, es natural que sólo se hablase de esta ceremonia en términos pomposos y alegóricos. A esto contribuían en parte las costumbres de los egipcios, el carácter de los viajeros y, sobre todo, la política de los legisladores quienes, deseosos de civilizar al pueblo, cuando retornaban a sus países juzgaron que sería útil hablarle de la iniciación, y decirle que en ella le habían mostrado en un espectáculo el estado en que vivían los muertos, descendiendo realmente a los infiernos. Esta manera de hablar se continuó empleando, aun después de haber sido introducidos en Grecia los misterios, como lo indica la fábula del descenso de Hércules y Teseo a los infiernos. Así se decía que Orfeo había descendido a los infiernos por el poder de su lira9, lo cual demuestra evidentemente que era en calidad de legislador; pues sabido es que la lira es el símbolo de las leyes de que se valió él para civilizar a un pueblo ignorante y bárbaro.
(1) Así ocurre en nuestros días, en que no hay cisma sino en los altos grados. Los que discuten llegan a entenderse siempre en los tres primeros grados, como a un origen verdadero, incontestable y común a todos.
(2) De donde el nombre de basílica, o templo con cúpula, con un tribunal.
(3) Meursii, Eleusinia, cap. 15.
(4) Disertación 5ª.
(5) Eneida, de Virgilio.
(6) Platón, El Fedón.
(7) Los primeros cristianos acostumbraban reunirse en la iglesia durante la noche para celebrar las vigilias de las fiestas, imitando las ceremonias del paganismo, lo cual se realizaba al principio con santidad y pureza verdaderamente edificantes; pero, poco tiempo después, fueron introduciéndose tales abusos, que fue necesario suprimirlas•. Según refiere Cicerón, Diágonadas el Tebano no encontró mejor medio de remediar los desórdenes que se cometían en los misterios que el de suprimirlos••.
• Belarmino, de Eccl. Triumph, lib. 2, cap. 14.
•• Cic., de Log., lib. 2, cap. 15.
(8) Cic., de Leg., lib. 2, cap. 14
(9) Ovid., Metam.
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